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El problema de las denuncias por violencia de género



Después de años de experiencia hablando y tratando a mujeres víctimas de violencia de género, me he ido dando cuenta de que el elemento central sobre el que gira la problemática del maltrato en las relaciones de pareja es la gran decisión: denunciar o no denunciar. La denuncia de malos tratos siempre tiene trae consigo antecedentes y consecuentes. Los antecedentes los conocen todas las mujeres maltratadas, sin embargo, los acontecimientos que vienen después sólo los conocen aquellas que han pasado por el proceso de denunciar.


Vayamos por partes: que la violencia de género es un problema de gran magnitud nadie lo cuestiona. El tres por ciento de las mujeres se sienten maltratadas por sus parejas, y el diez por ciento lo son aunque no sean conscientes de ello. Esto es lo que nos dice el Instituto de la Mujer en función de un gran estudio de ámbito nacional que realiza periódicamente. La violencia de género tiene muchas formas de presentación y se produce en muchos y diferentes ámbitos. Todas tienen un denominador común: el sufrimiento que produce en la mujer. El maltrato supone un grave problema de salud mental y física para todas las mujeres. En esto todos estamos de acuerdo, y algo tenemos que hacer.


El legislador realizó varias reformas legales, en 2003 se reguló la Orden de Protección, y en 2004 con la Ley de Atención Integral a las víctimas de violencia de género se realizaron cambios en numerosas leyes, entre ellas el Código Penal con un endurecimiento de las penas a aplicar a los maltratadores. Como se suelen quejar muchos jueces de lo penal, la clase política en un tema tan sensible siempre recurre al Código Penal, aunque es utópico pensar que con los castigos se puede cambiar una sociedad. Lo penal ha tenido un mayor peso con los cambios legislativos en violencia de género.


A mediados de la década pasada todo estaba dispuesto para el gran cambio social: juzgados específicos de violencia contra la mujer, penas más duras, actuación policial más contundente, mayores recursos en la atención a víctimas, etc. Tan sólo hacía falta que las protagonistas del drama adoptaran el papel que se esperaba de ellas: denunciar el maltrato. Con este primer paso, toda la maquinaria judicial, policial y social se pondría en marcha y aplastaría al maltratador.


Ciertamente las cifras de denuncias aumentaron de forma significativa, el número de maltratadores que ingresaron en prisión aumentó también. El mensaje que dio la clase política y la sociedad en su conjunto era bien claro: estás atrapada y la única salida que tienes es denunciar, si denuncias te ayudaremos. Desde el Gobierno el número de denuncias de malos tratos era la variable con la que medir el éxito de las políticas de violencia de género: cuantas más denuncias mejor. El gran objetivo era, pues, conseguir que la mujer denunciara el maltrato, y rasgara el velo de ocultación que había sobre el origen de su sufrimiento.


Este modelo, en mi opinión, aunque ha supuesto un importante cambio social, tiene todavía importante limitaciones que es preciso mejorar. Veamos algunas de ellas. Recuerdo que cuando se iniciaron las reformas legislativas, algunas mujeres críticas con las mismas utilizaban el siguiente argumento: no es necesario cambiar la legislación, con la que tenemos ahora es suficiente, si yo tengo una pareja que me maltrata le denuncio y tengo el problema solucionado. Sin embargo, cuando se ha atendido a muchas mujeres víctimas de violencia de género se ve que el problema es más complicado.


Los seres humanos nacemos con varios instintos, como el resto de los animales, y uno de ellos es el de tener pareja y crear una familia. En los animales también ocurre algo parecido: se crean familias para la procreación. No siempre el instinto de crear una familia se correlaciona con el de tener pareja, pero en la mayoría de los casos coinciden. Nuestro instinto se refleja en el hecho de que ante las dificultades defendemos a nuestras parejas y a nuestros familiares, siempre los intentamos proteger. Existe un sentimiento de apego que nos hace actuar de esta forma. Este mismo sentimiento es el que actúa también sobre la mujer víctima de violencia de género. Existe un sentimiento de apego hacia el que es su pareja que también la maltrata. Por ello en los malos tratos se producen unos sentimientos encontrados: apego por el maltratador y rechazo de su violencia. La mujer maltratada intenta que desaparezca el maltrato, pero sigue teniendo apego por el maltratador. Se encuentra ante un conflicto de difícil resolución y, decida lo que decida, siempre va a terminar perdiendo algo: o bien perderá la relación, o bien seguirá sufriendo maltrato.

Llegar a tener claro cuáles son las dos opciones sobre las que tiene que decidir no es un proceso fácil, pues el instinto de conservación de la familia y de la relación de pareja tienen una gran fuerza. En ellos se ha hecho una gran inversión emocional que cuesta dejar marchar tan fácilmente. Aunque resulta sorprendente, para muchas mujeres la existencia de malos tratos no implica necesariamente la ruptura como solución. Lo que quieren muchas mujeres es que el maltrato termine, pero no quieren romper con su pareja. Por ello siguen aguantado durante años, a veces en situaciones de alto riesgo. Para ellas su pareja es importante y sienten la relación también como algo importante en su vida.


La visión que ha dado la clase política de la violencia de género ha sido una reducción excesivamente simplista del problema: cuando hay maltrato la relación se ha terminado y sólo cabe la ruptura. La sociedad ha ayudado con los cambios legislativos a ayudar a romper la relación de pareja, pero rompiendo de forma controlada, sobre todo en lo relativo a los riesgos de violencia. Pero después de hablar con muchas mujeres me planteo el siguiente problema: ¿realmente qué quiere esta mujer? Este es el gran problema de las mujeres maltratadas: decidir si continúan en la relación o rompen. El mensaje que ha habido de la sociedad a estas mujeres es bien simple: “si te maltratan rompe la relación. Te ayudaremos pero eres tú la que tiene que romper”.


Pero romper no es fácil, y romper denunciando malos tratos aún más complicado. Me han relatado cientos de procesos de ruptura de relaciones de pareja, y siempre son un auténtico huracán emocional. Las peores agresividades se desatan en este proceso, esto es por una lucha con el instinto de preservación de la pareja y la familia. El otro, o la otra, se convierte en el peor enemigo de la pareja y la familia. Por eso se le ataca. Romper con una denuncia de malos tratos es mucho más traumático. Cierto que a veces no hay más remedio, pero es importante que la mujer sea consciente de la transcendencia de la decisión que toma. Denunciar implica, en la gran mayoría de los casos, una detención por las Fuerzas de Seguridad del Estado, pasar una noche en el calabozo, y comparecer ante un juez al día siguiente. Para muchos hombres esto supone una humillación intolerable, y aumenta la agresividad en el proceso de separación. La mujer ha conseguido una orden de protección (si es que se la han concedido), pero la disputa judicial se vuelve mucho más agria.


Otras veces ocurre algo diferente: la mujer ha denunciado, se ha producido la detención, y a las pocas horas ella se arrepiente. En la vista que se celebra al día siguiente, la mujer no ratifica la denuncia acogiéndose al derecho a no declarar contra familiares de primer grado. El acusado es puesto en libertad y se archiva el procedimiento. ¿Todo sigue igual que antes? Evidentemente no. La agresividad de él hacia ella ha aumentado. Cuando esto ha ocurrido y me lo cuenta me pregunto: ¿realmente, qué pretendía esta mujer?, o dicho de otra manera ¿qué significa denunciar? Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, una de las acepciones dice: “Dar a la autoridad judicial o administrativa parte o noticia de una actuación ilícita o de un suceso irregular”. Se entiende que denunciamos porque hemos tenido conocimiento de que se ha producido un delito que debe ser perseguido y castigado. Todos los ciudadanos tenemos la obligación de denunciar un delito cuando hemos tenido conocimiento del mismo. Es una manera de mejorar la sociedad, ya que, a priori, todos estamos de acuerdo en que los delitos deben ser perseguidos.


Pero, ¿es aplicable este razonamiento a las mujeres maltratadas y la denuncia de ese maltrato? Yo creo que la mayoría de las mujeres quieren que el maltrato termine, pero no tengo tan claro que quieran que ese maltrato, que es un delito, sea perseguido, y que su pareja, o expareja, sea castigado. Nuestros legisladores han endurecido las leyes en lo que al maltrato de pareja se trata. Se ha considerado que es la mejor manera de reducir esta lacra. La población de maltratadores en prisión se ha disparado espectacularmente. Pero esta respuesta penal ¿es la auténtica solución? En muchos caso es indudable que lo es. Las mujeres nos dicen que quieren castiguen al que las ha maltratado. En este caso nada que objetar respecto a la respuesta penal. El problema está en las que dudan. El sistema público de atención a víctimas da una respuesta sencilla: el maltrato ha producido cambios psicológicos en la persona que le hace no denunciar, ya que, cualquier persona razonable denunciaría. Por ello, hay que ayudar a la mujer a superar los instintos de apego que tiene por el maltratador y para que consiga romper la relación, pero romper denunciando.


Siempre he tenido la impresión de que las víctimas quieren que se haga justicia mediante una especie de venganza. Es una venganza institucionalizada que realiza el Estado que, como decía el clásico, “tiene el monopolio de la violencia”. Pero, ¿realmente quieren vengarse? Muchas mujeres se quejan con desazón de que sus exparejas durante las vistas que tienen con sus hijos las descalifican, y hay una frase que siempre utilizan: “¿Hijo, sabes que tu madre quiere meterme en la cárcel?”. Ante esto los niños se muestran horrorizados y al regresar con su madre le preguntan si es verdad. Esto genera tensión en la relación entre la mujer y sus hijos.


Pero no sólo ocurre con mujeres jóvenes o de edad media, también se ve con mujeres mayores con hijos emancipados. He visto numerosos casos en los que los hijos rompen la relación con su madre al considerar que no está justificada la denuncia. Estas mujeres me han relatado el sufrimiento que padecen cuando dejan de tener contacto con algunos de sus hijos y, por ello, con sus nietos. Las heridas que deja la denuncia de maltrato va más allá de la pareja implicada, y repercute en todo el entorno familiar.


Denunciar tiene más implicaciones pero no quiero hacer un post excesivamente largo, y ya las comentaré en otra ocasión.


Con todas estas consideraciones no quiero resultar demasiado crítico con las denuncias. Lamentablemente, en muchas ocasiones no hay otra solución cuando la violencia ha alcanzado un cierto nivel. La denuncia también es muy útil cuando frena un proceso que va “in crescendo” durante años, y que parece que nadie puede parar. Sin embargo, cuando sólo hay rencor marital y se produce una denuncia ésta sólo va a aventar las pasiones encontradas. La denuncia suele producir una interrupción del diálogo entre los antiguos componentes de la pareja de años. Cuando hay niños pequeños y una casa hipotecada sobre los que dialogar la denuncia va a producir mayores dificultades en la gestión de niños y patrimonio.


Los profesionales que atendemos a las mujeres maltratadas, tenemos que asegurarnos de que las mujeres entienden que, para mejorar su seguridad y calidad de vida, éste es el precio que van a tener que pagar: las consecuencias de una denuncia. Esta es la gran decisión que tienen que tomar las mujeres víctimas de violencia de género.


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