No cabe duda de que estamos en un momento en que la salud mental está en el debate político. Se habla mucho del tema y hasta algunos famosos salen diciendo que acuden a profesionales de salud mental, o incluso que han estado ingresados. Los libros en los que cuentan sus experiencias son auténticos best-sellers.
El discurso político que ha calado en el momento actual afirma que estamos ante una auténtica epidemia de problemas de salud mental, y la sociedad en su conjunto tiene que enfrentarse a ella. La analogía es evidente con la reciente pandemia: si antes hemos luchado contra una epidemia en todo el mundo (pandemia del COVID), ahora nos toca luchar contra otra epidemia: la de los problemas de salud mental.
Que los denominados problemas de salud mental han aumentado durante, y después, de la pandemia nadie lo cuestiona, hay estudios que lo demuestran. La cuestión está en cómo solucionamos este problema. La tesis que voy a defender a partir de ahora es la siguiente: tan importante como los problemas de salud mental son las causas, y en la gran mayoría de los casos se deben a dificultades socioeconómicas. Si se solucionaran estas dificultades la gran mayoría de los problemas de salud mental también se solucionarían. Pero la clase política no puede dar solución a los problemas socioeconómicos, y elabora un discurso en el que transforma las dificultades de la vida cotidiana, que generan estrés, en una epidemia de problemas de salud mental contra la que hay que luchar. Y para ello da dinero para incrementar los recursos en salud mental (tampoco mucho) en lugar de solucionar el problema socioeconómico de fondo.
Veamos un ejemplo sobre el que luego añadiré una reflexión. Un adolescente tiene 14 años y es hijo único, sus padres inmigrantes trabajan muchas horas por un escaso sueldo, y les cuesta llegar a fin de mes. En el colegio el chico tiene dificultades de adaptación, incluso sufre acoso escolar. Regresa del instituto a casa cuando no hay nadie pues sus padres trabajan. Tienen momentos de gran ansiedad y se empieza a autolesionar provocándose muchos cortes superficiales en muñecas, antebrazos y los muslos, Cuando su madre lo descubre lleva varias semanas. Entonces lo llevan a urgencias de un hospital público y lo valora un psiquiatra de guardia.
Probablemente, si este adolescente tuviera tiempo para hablar con su madre y le pudiera contar sus problemas, si en el instituto tuviera un tutor/ mentor con quien pudiera hablar de sus problemas, o si tuviera una actividad extraescolar donde se sintiera integrado en las actividades en grupo, u otras circunstancias favorables, seguramente, su estrés mejoraría y su ansiedad y ánimo triste también. También podría mejorar el problema de las autolesiones. Se puede decir que este adolescente tiene un problema de salud mental, pero que está causado por unos problemas socioeconómicos y que, probablemente, si se solucionaran algunos de estos problemas su tristeza, ansiedad, y conductas autolesivas también mejorarían.
En casos como éste es importante que este adolescente acuda a un psiquiatra experto en adolescentes. En esto estoy de acuerdo. Pero está claro que si nos olvidamos de los problemas socioeconómicos que subyacen en este caso, y no se hace algo al respecto, el problema de base va a seguir.
En Psiquiatría y Psicología hemos manejado siempre el modelo de vulnerabilidad al estrés. Gran parte de los problemas de las personas que acuden a la consulta se deben a situaciones estresantes que, dependiendo de la vulnerabilidad de la persona, acaban cristalizando, con más o menos frecuencia, en un problema de salud mental. No todos los problemas de salud mental se deben a situaciones estresantes, pero sí la gran mayoría.
En un interesante artículo de Danielle Carr publicado en el New York Times titulado "Mental Health is Political" (la salud mental es política) utiliza el concepto de "reificación" de la salud mental. Dice literalmente en su artículo:
Algunos científicos sociales tienen un término, "reificación", para el proceso por el cual los efectos de un arreglo político de poder y recursos comienzan a parecer hechos objetivos e inevitables sobre el mundo. La reificación cambia un problema político por uno científico o técnico; es cómo, por ejemplo, los efectos de los oligopolios tecnológicos no regulados se convierten en "adicción a las redes sociales", cómo la catástrofe climática causada por la codicia corporativa se convierte en una "ola de calor" y, por cierto, cómo el efecto de las luchas entre trabajadores y corporaciones se combina con altos precios de la energía para convertirse en "inflación". Los ejemplos no son escasos.
Para las personas en el poder, el juego de manos de la cosificación es muy útil porque, convenientemente, desaparecen por arte de magia preguntas como "¿Quién causó esto?" y “¿Quién se beneficia?”. En cambio, estos síntomas de lucha política y crisis social comienzan a parecer problemas con soluciones técnicas claras y objetivas, problemas que los expertos capacitados resuelven mejor. En Medicina, los ejemplos de cosificación son tan abundantes que los sociólogos tienen un término especial para ello: "medicalización", o el proceso por el cual algo se enmarca principalmente como un problema médico. La medicalización cambia los términos en los que tratamos de descubrir qué causó un problema y qué se puede hacer para solucionarlo. A menudo, pone el foco en el individuo como cuerpo biológico, a expensas de tener en cuenta las condiciones sistémicas y de infraestructura.
Seguramente, el contexto al que se refiere Carr en Estados Unidos no es el mismo que en España. En su país se da la paradoja de que teniendo la investigación más puntera en Neurociencia, la atención en salud mental es catastrófica para una gran parte de la población.
Es frecuente que se oigan argumentos absurdos, como que hablar de los problemas de salud mental es una estrategia de las grandes multinacionales farmacéuticas para vender más. Todas las benzodiazepinas son medicamentos muy antiguos cuyas patentes vencieron hace décadas. Ahora el tratamiento para un mes de una dosis moderada de benzodiazepinas cuesta menos que un paquete de cigarrillos. Es cierto que las farmacéuticas ganan mucho dinero, pero no con las benzodiazepinas. Los antidepresivos son un poco más caros pero tampoco tanto.
Pero volvamos a Estados Unidos. En este país se habla mucho de las "muertes por desesperanza" (Deaths by despair). En un artículo reciente (Sterling P, Platt ML. Why Deaths of Despair Are Increasing in the US and Not Other Industrial Nations—Insights From Neuroscience and Anthropology. JAMA Psychiatry. 2022;79(4):368–374) se analiza por qué están aumentando en Estados Unidos mientras que se reducen en el resto de países occidentales. Se entiende como muertes por desesperación aquellas producidas por suicidio, sobredosis y complicaciones de adicciones. Y estas muertes se distinguen de las denominadas muertes por pobreza.
Esto nos lleva a la estrategia de prevención del suicidio, y a la creación de la línea de atención telefónica a la conducta suicida. Carr en su artículo cuestiona que sólo la atención rápida de la persona que llama verbalizando intención de suicidio sea suficiente para solucionar el problema. Esta estrategia de línea de atención telefónica la acabamos de implantar en España, y dentro de poco tiempo conoceremos su eficacia viendo si las estadísticas de suicidio se han reducido o no.
Carr en su artículo señala que en las últimas elecciones presidenciales Biden propuso aumentar los recursos de atención en salud mental, mientras que Trump hacía sus promesas de que iba a mejorar la economía con sus medidas populistas. Las comunidades más afectadas por altas tasas de suicidio votaron masivamente a Trump. Esto recuerda la famosa frase de "La economía estúpido" (The economy stupid) del director de campaña de Bill Clinton en 1992 cuando derrotó contra pronóstico al entonces presidente. Clinton ganó porque lo importante para la gente era su percepción de la situación económica.
Aunque los psiquiatras intentamos "despsiquiatrizar" (y los psicólogos despsicologizar) muchos de los problemas de la vida de la gente, los políticos están lanzando el mensaje de que si sufres, por cualquier causa, tienes un problema de salud mental, y tienes derecho a atención por profesionales de salud mental. Esta es una estrategia política ya descrita (metaphorical framing) en la que los políticos reconvierten (reifican) los problemas socioeconómicos en problemas de salud mental que necesitan tratamiento, porque "cuando te cures ya no te quejarás, y encima me votaras por estar agradecido por curarte".
La salud mental ha caído en los "juegos del lenguaje" como decía Wittgenstein.
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